25 noviembre, 2011

Un “Cuervo” con un vuelo interminable II.


Para mí uno de los  oficios más apasionantes ha sido ejercer el periodismo y en particular la reportería. Disfruto encontrarme frente a frente con cada una de las fuentes de información para que me cuente  una historia. Anhelo extractar de esa charla un material rico de información que me interese no sólo a mí, sino a otros. Por tal razón sentí que el proceso lo inicié con pie derecho. Si mal no recuerdo uno de mis primeros entrevistados fue  Enrique Santos Molano. Fue  una mañana de sábado en que me dirigí a su apartamento, muy cercano al Museo Nacional. Quien me abrió la puerta del edificio fue su hijo, un joven que al parecer se acercaba a los veinte años y que iba vestido de manera casual : jeans, camiseta y zapatillas.  Cruzó un  par de palabras conmigo, pero al parecer no estaba interesado en entablar  conversación. Sólo atinó a responderme que llevaba viviendo allí toda su vida. En el apartamento la esposa de Santos se disculpó por no poderme atender porque estaba encargada de unos arreglos en el inmueble. Esperé unos minutos en una sala amplia, rodeada de libros y algunas fotografías en sepia. No puedo negar que mis prejuicios me engañaron al creer que me iba a encontrar con un lugar suntuoso, pero lo que descubrí fue un recinto sobrio. Enrique, el investigador, el periodista  y columnista apareció destellando una paz que impregnaba todo el lugar. Pero quién no se despegó de él fue Simona, una french poodle que hacía las veces de  ángel guardián. Conversamos cuarenta minutos de aspectos relacionados con el tema Cuervo. Luego él de manera cordial me acompañó hasta la salida del edificio.
Otro de los personajes que me encantó entrevistar fue a Otto Morales Benítez. Él fue el reemplazo de Fernando Vallejo, debido a que el polémico escritor jamás respondió a nuestra propuesta de incluirlo dentro de los especialistas del programa. Nos atendió a Víctor y a mí en su oficina ubicada en la torre Colpatria, en el centro de la ciudad. Lo que más me causó simpatía fue la calurosa bienvenida, acompañada de sus estruendosas carcajadas que retumbaban por todo el despacho. Me sorprendió ver a un  hombre de casi 91 años, tan lúcido y enérgico, con una obra tan prolífica que cualquier ensayista envidiaría. A él sólo bastó dispararle una pregunta y sus palabras se desbordaron como la sangre. Nos dejó perplejos su memoria fotográfica y  a mí en particular su manera de leer, desprovista de anteojos. Pensaba lo que me hubiera gustado tener un abuelo así , que me hablara de la cultura colombiana con tal desparpajo, alejado de academicismos y pedantería. Si Juan Rulfo respondía,  según  Enrique Vila- Matas  en su libro BATERBLY Y COMPAÑÍA que no escribía más porque había muerto su tío Celerino, que era el que le contaba las historias, por qué yo podía tener mi propio tío Celerino, con la fortuna, que a pesar de su edad, éste  estaba vivo y entero como un  roble.
Cada vez que me encontraba con uno de los especialistas mis datos  acerca de Rufino José Cuervo se iban complementando.



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