24 octubre, 2012

ME LLAMO MORRIS EN ITAGÜÍ II



La siguiente cita se dio  en una noche fría en la que el calor humano alumbró  el recinto. Los rostros expectantes  me acechaban. Mis  pulsaciones se aceleraron. Escuché como cada latido se acoplaba  a los ladridos de un perro que quería expresarme que no le gustaban los escritores foráneos. 

Todos nos reunimos en  una sala  acogedora.  Después que los asistentes se instalaron inicié con mi presentación. Algunos eran estudiantes de colegio, otras amas de casa, algún docente y el perro, si tú ser cuadrúpedo que amedrentas con tus caninos afilados a quien irrumpe en tu territorio. Si tú que  pedías que se te narrara una historia en donde apareciera una bella perra, a la que tú debías rescatar, tú que te preguntabas y a éste quien le dijo que era escritor con esa historia tan insulsa de un gordo perdedor, por eso no moviste tu cola, por eso no manifestaste ninguna señal de cariño.

Los contertulios quisieron aportar su percepción del fragmento expuesto.  Algunos más avezados se  lanzaron a hacer preguntas. Al final todo terminó como deseaba, en  una reunión informal sin ningún tipo de pretensión intelectual. Se habló de manera desparpajada y sin  eufemismos. 

Todo culminó con la lluvia como testigo. Para rematar nos quedamos conversando en la casa de Fercho saboreando sus deliciosos chicharrines.


ME LLAMO MORRIS EN ITAGÜÍ.


Ese jueves de mediados de Octubre amaneció lluvioso. Las nubes con su color gris perla amenazaban con tormenta. En realidad era una advertencia de lo que se venía. El trayecto desde la terminal hasta el aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón estuvo amenizado por gotas de lluvia generando una musicalidad arrulladora. Después de hacer el respectivo checking me dispuse a esperar. Mientras los minutos corrían , mi ansiedad por ingresar al avión aumentaba.

A eso de las ocho de la mañana ya estaba en el aeropuerto  José María Córdova del Municipio de Rionegro. Llame´a Yaison Medina, un gran amigo que conocí en Bogotá, para que me recogiera en Medellín. Nos encontramos en el Centro Comercial San Diego y al vernos nos dimos un abrazo fraternal.

De allí salimos a La Universidad de Antioquia para luego partir hacia  el barrio San Gabriel en Itagüí. Esa noche me instalé en la casa de mi amigo.  Conocí a varios de los integrantes de su numerosa familia y también a uno de los gestores de las tertulias literarias: Fernando Diossa.  Lo  conocí en un lugar del Valle de Aburrá , de cuyo nombre quiero acordarme. Frisaba la edad de los cuarenta años: de complexión recia, seco de carnes y enjuto de rostro. Gran madrugador y amigo de recoger boñiga. 

Gracias a él, y bueno a un grupo de personas que trabaja hombro a hombro a su lado, fue que pude disfrutar de uno de los momentos más emocionantes de mi vida: Leer en voz alta mi novela " ME LLAMO MORRIS". 

La reunión se dio a la mañana siguiente. Pedro, el hermano de Fernando y profesor de ética de la institución educativa Diego Echavarría Misas, convocó a algunos estudiantes de diferentes grados de bachillerato para  que  escucharan mi intervención. El encargado de presentarme fue el mismo Fercho. De inmediato mi voz se acopló a la del personaje para  enunciar la primera frase: 

Me llamo Morris tengo treinta y seis años y soy un gordo que pesa ciento veinte kilos..."  

Al finalizar algunos jóvenes que oscilaban entre los  catorce a quince años comenzaron a preguntar. Entre sus inquietudes estaba si la novela era autobiográfica o que cuanto tiempo me llevó escribirla. Sin embargo lo que más me llamó la atención fue la identificación que tuvieron los muchachos con el personaje. 

Salí conmovido al ver como unos se me acercaron a  preguntar mi correo. Después , digno de Morris, me fui a celebrar con un festín: Bandeja Paisa.




15 octubre, 2012

LEER LO QUE NOS GUSTA.

 Querer escribir va muy relacionado con la lectura. En mi caso, que me considero un lector  tardío,  mis primeras influencias estuvieron, y no me da pena, vinculadas con la televisión. De ahí que me considere un lector cada vez más perezoso. Solo es que cierre los ojos, antes de  dormir, para que un innumerable registro de imágenes atraviesen  mi mente,  como si compitieran en una autopista por ser la primera en llegar a mi cabeza. 

Sin embargo, gracias a esa  rapidez, he desarrollado la capacidad de crear frases cortas y con un sentido  irónico que me ayudan de cierta manera a  exorcizar  los demonios que me acompañen en ese instante.

Después de escribir una novela. Proyecto que me obligó a tirar a la basura cientos de  páginas,  me he interesado por el ahorro de palabras y con ese lenguaje austero  me he avocado a una técnica de expresión contundente.

Confieso que no soy un amante de la poesía. Pero ahora persigo más ese lenguaje lacónico que de pronto ahora bebe el Twitter. De todas maneras no dejaré la lectura como placer y continuaré en mis propias búsquedas.