25 enero, 2014

Me devolvió la sensibilidad.





Confieso que después de leer tan malos comentarios de la ópera prima de Eugenio Derbez, 'No se aceptan devoluciones', película que es considerada como un éxito de taquilla en la cartelera actual, corrí a verla. A pesar de conocer con antelación el desenlace, es decir que no me iba a jugar sucio la triquiñuela narrativa, me gustó. Es más, sin ningún tipo de pudor puedo revelar que me sacó lágrimas.

La historia inicia con la enseñanza de un padre a su pequeño hijo que obliga a lanzarse desde las famosas peñas de clavadistas en Acapulco, lo encierra en un cuarto oscuro en medio de un cementerio hasta la medianoche y  le pone una araña a caminar sobre su cuello, todo con el pretexto de enfrentarlo a sus peores miedos. De repente  nos encontramos con la imagen del protagonista veinticinco años después y descubrimos que su peor temor es el compromiso. De ahí que veamos en cuestión de minutos el prontuario de féminas  que desfilan por sus labios.

Todo cambia cuando una de las tantas mujeres le entrega una bebé con el argumento que es hija de los dos. Ella le pide dinero para pagar el taxi y decide dejarle la responsabilidad a él. De ahí el personaje decide buscar el paradero de la madre de la nena en Los Estados Unidos con  el único objetivo de safarse de esa obligación. Sin embargo ese acontecimiento le da un giro a la historia para convertir al protagonista en un padre ejemplar.

Hasta ahí  se podría decir que es una historia trillada.  Recuerdo la película' Tres hombres y un bebé con Tom Selleck, Steve Guttenberg y Ted Danson. De igual manera existe otra  referencia más  cercana  como "Papá genial" en la que Adam Sandler es un abogado treintañero que no quiere responsabilidades y al ver  que sus amigos se casan  decide adoptar a un niño de  cinco años. Pero a lo mejor por tratarse de una versión latinoamericana a ésta la siento más cercana.

En cuanto a la estructura me parece sencilla, todos los elementos van hilvanados con la  pretensión de sorprender al  final ( la niña muere). Algunos personajes me  parecen acartonados, por ejemplo aquel de cabello ensortijado y gafas espesas que  contrata al protagonista como doble de cine aparece al inicio  hablando como un gringo con la imagen de  cualquier caleño que nos encontramos en la calle.  Lo paradójico del asunto es que al parecer lo olvida en el transcurso de la historia y termina por expresarse como un chicano normal y ordinario. 

Pero lo más interesante de la película es que el poder de la  verosimilitud caló en mí. Y lloré.Me decía a mí mismo: "hombre Mauro esos son actores, es una puesta en escena, eso no es real", pero en mí reapareció el fantasma de la muerte de mi padre, que pensé que había exorcizado en mi novela y de igual manera me atormentó la idea de pensar en la partida de mi madre.  


Al final de la película el narrador nos cuenta que aprendió la lección. Que entendió que su padre hizo todo para  prepararlo en la vida para que fuera más fuerte y tuviera las  herramientas para defenderse. Y fue allí cuando me sentí más identificado. Y padre si algún día nos volvemos a ver espero te sientas orgulloso de mí.
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