23 enero, 2013

MARUCHO CAPÍTULO IV






A mí  me gusta escribir en las  mañanas. Es la hora en que los  pequeños  están en el cole. Para ello me levanto muy temprano para subir loma y alcanzar uno de los cerros más representativos de la  ciudad.  Este ejercicio lo relaciono con mi actividad como narrador. Ya lo decía Thomas Alba Edison: “ El genio es uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por cierto de  transpiración”.  Cada paso es una idea que circunda en mi  mente y que escala lentamente hasta convertirse en un párrafo o en ocasiones en una simple oración. Claro hay días en que tengo los ánimos para alcanzar la cima, como en otros simplemente me  limito a  darle  vueltas a un parque durante  algunos minutos. Pero el trabajo de sentarme en la silla para sacar al menos una  cuartilla, es una  rutina diaria.

Después llego al  apartamento a darme un baño y me  siento a leer  durante media hora una biografía  de algún  personaje importante, por el momento estoy trabajando la de  Samuel Becket.  Posteriormente tomo un desayuno frugal  que consta de   fruta y pan , hasta que me  siento a escribir hasta la  hora del  almuerzo. Sé que contabilizo cada  momento porque a las   tres de la  tarde llegan los pequeños. Así que al  recibirlos detengo mi trabajo y me  dedico a ellos.  La  muchacha que  nos trabaja se encarga del  oficio y de la  cocina. Apenas  llegan los diablillos,  la  despacho. Después que ellos terminan de comer me acuesto con ellos  en la cama de mi habitación para hacer la siesta. Al cabo de una hora me  siento con ellos a hacer las tareas y cuando llega su madre ellos ya están listos  para  dormir.

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