14 julio, 2014

CARGANDO MI CRUZ.




Mujeres con  piernas  torneadas, pechos firmes y  piel tostada por el sol  son algunos ingredientes que galardonan las  constantes subidas que estoy realizando al cerro de las tres cruces.   Sin embargo, aunque no lo crean, mi motivación  es otra: mejorar mi estado físico.
Desde hace años los resultados de mis chequeos médicos no han  sido favorables. Cada galeno esgrime una queja por mí desparpajada manera de vivir: consumo de  alimentos altos en grasa saturada, harina y poco ejercicio. Algunos se han atrevido a indagar si quiero seguir con vida.
Ante tanta presión decidí aprovechar la  temporada de  vacaciones, y una tusa tenaz, para lanzarme a la aventura de caminar  casi a diario por diversos senderos que desembocan en el reconocido lugar.
Desde eso de las siete y media de la mañana me apero de gorra, camiseta, bermuda, doble media, para evitar las ampollas, y zapatillas cómodas. El sol por esta temporada azota con sus brazos como látigos de fuego. Por tal razón, en ocasiones me aplico protector.
Como muchas actividades en la  vida lo  más  duro consiste en  arrancar. Así que toca armarse de fuerza interior y gritar, así sea en mi cabeza:  ¡Vamos tú puedes, eres un guerrero!  Para los más audiovisuales pueden encerrarse a mirar una maratón de ROCKY  todo el domingo y arrancar un lunes.
En el recorrido se topa uno con gran diversidad de pájaros de distintos colores y trinos. De igual manera el trayecto es auspiciado por una sinfonía de chicharras que te otorgan cierto ritmo al  caminar.
En algunos tramos me doy licencia para trotar. Sin embargo es tal la empinada que tengo que parar al sentir que mi corazón se  transforma en un instrumento de  percusión.
Mi ilusión se resume en que en la cima me espera un vaso desechable con sumo de zanahoria, por la módica suma de tres mil pesos. Así que al llegar, agitado, me recibe uno de los vendedores que aunque sabe que voy a pedir, pregunta:
-       Quiubo patrón ¿qué le sirvo?-

 Lo importante del asunto es que me consienten, porque me dan crédito.
Unas escaleras me llevan  a un gimnasio improvisado junto a las cruces imponentes que otean la urbe. Allí entre barras, pesas de cemento, y tablas para hacer abdominales, se reúnen infinidad de personas de distintos estratos sociales, razas, lenguas  y culturas para rendirle culto al cuerpo.

Algunos se toman las barras para hacer malabares, brincan, dan volteretas en el aire, no solo para enseñar sus músculos trabajados sino para utilizar su destreza física como estrategia de conquista. Al ver este espectáculo asocio esas imágenes con la de los monos en mis visitas al  zoólogico, que hacen alarde de su indudable   agilidad motriz  para llamar la atención de las  féminas.

Al final decido emprende el descenso, no  sin antes  constatar que mi “ mal humor”, consecuencia de mi excesiva sudoración,  me  convierte en un lobo estepario entre la  multitud.



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