06 julio, 2009

FESTIVAL MALPENSANTE EN CALI I


La semana pasada asistí a las conferencias del malpensante que se dieron el miércoles. La cita fue en la Bilioteca Departamental a las diez de la mañana para escuchar al escritor mejicano Alberto Ruy Sánchez, quien dio una charla sobre erotismo y literatura.

La puntulidad no fue su carta de presentación. El invitado llegó acompañado de su esposa e hijo a las once. El lugar , ( el salón rojo), estuvo muy bien acondicionado con dos sillas de color gris y dos pendones promocionando el FESTIVAL.

Al arribar el invitado no utilizó las sillas, todo su relato lo ofreció de pie para tener un vínculo más cercano con las personas que fueron a escucharlo. No sin antes ser presentado por Patricia Alaeddine Azba,Directora de la Biblioteca Departamental del Valle.

Alberto Ruy confesó que era su primera vez en Cali. Igualmente comentó que llevaba 20 años en el oficio. Inició su historia con el viaje que hizo a Mogador. Un pais al norte de África en Marruecos que al principio era una isla que comenzó por ser un asentamiento.

Sus impulsos para salir de México se dieron tras su búsqueda por ser escritor. Y por tal razón buscaba una voz narativa. Unos de los primeros libros que lo influenciaron fue Cien años de Soledad. Sentía que en la época en que decidió convertirse en escritor todos querían imitar a "Gabo" y a Juan Rulfo. Otra obra que lo influenció fueron los cuentos de Poe editados por Julio Cortázar.

Sin embargo cuando se refirió a la hora de editar los textos de sus labios sonó esta máxima: " el mejor crítico es uno mismo". Y posteriomente suelta otra como una ráfaga de metralleta: " La lectura misma es un taller como cada escritor resuelve los conflictos en la escritura".

Publicó sus primeros cuentos en una revista llamada EL CUENTO, que la dirigía Juan Rulfo junto a otros dos autores. Pasaron nueve meses para que recibiera respuesta. Y para rematar lo publicaron lleno de errores ortográficos. A Alberto el cuento después le pareció malísimo. A los escritores les gustó y él pensó que no se puede confiar en el criterio de los escritores porque les gusta cualquier cosa.

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