22 septiembre, 2008

CUENTO DE UNA MUERTE ANUNCIADA.


Ya sólo faltaban un par de días para su regreso. Ella estaba desde hace seis meses en Europa perfeccionando su inglés y ya contaba los minutos para ese encuentro que iba a consolidar nuestro amor y todas la promesas que nos habíamos hecho desde su partida. Mis hábitos se convirtieron en despertares al amanecer para poder encontrarla en el Chat que de cierta manera tiró al suelo toda mi rutina de ejercicios matutinos que me mantenían en buena forma. Ahora sentía como una masa flácida y prominente se asomaba por mi abdomen, la cual me generaba cierta dificultad para amarrarme los cordones de los zapatos.

En mi mente rondaba la idea de darle la bienvenida con un grupo de rock que tocara las canciones que nos enamoraron perdidamente el uno del otro o simplemente llegar al aeropuerto con un peluche de gigantes proporciones para corroborar con mis detalles el inmenso amor que sentía por ella. Era tanta mi obsesión que había comprado un cuaderno para planear estratégicamente , como se roba un banco , la manera de separarla por unas horas de sus familiares para reanudar nuestros rituales eróticos.

Las pronunciadas ojeras que acompañaban mi mirada meditabunda eran la prueba máxima que por aquellas noches el sueño estuvo escurridizo, y para aprovechar esos instantes de insomnio me dediqué a escribir centenares de poemas que compilé en un álbum argollado acompañándolo con algunas fotografías que atesoraba con el celo de una madre en defensa de sus crías.

Por fin llega el día de su arribo, recuerdo que en esa ocasión pasé en vela toda la noche con el corazón en la mano , ese domingo no tuve ganas de probar bocado ni tampoco permití que nadie en casa se demorara más de cinco minutos en la línea telefónica arguyendo esperar una llamada de carácter laboral.

Lo que siguió fueron horas angustiantes porque no llamó. Ahora la estrategia dio un vuelco de 360 grados, a mi cabeza le rondaba la idea que ella quería darme la sorpresa, así que al día siguiente fui a la peluquería y le dije a la encargada de mi cabello que me hiciera el corte que a ella le gustaba. Posteriormente compré la loción que la enloquecía y la camisa que vimos en una ocasión cuando caminamos por los pasillos de un centro comercial en donde ella me dijo que esa prenda quedaría mejor en mi cuerpo que en el del maniquí.

A la semana siguiente la encontré en el MSN y me pidió que la visitara en el apartamento de su mamá en un sector de reconocido prestigio al norte de la ciudad. Ese día estrené desde los zapatos hasta la prenda más íntima. Tuve que subir una corto tramo pero que tenía la característica de ser tan empinado que logró agitarme de sobremanera. Cuando toqué el timbre, llegué casi sin aliento. La empleada, una mujer de temperamento amable y sosegado, me hizo tomar asiento en un balcón donde se podía observar los restaurantes y bares de una urbe que se caracteriza por la ostentación.

Ángela ingresó después de esperar más de diez minutos , que para mi fueron eternos, nos dimos un abrazo y al intentar propinarle un beso en los labios , cambió la posición de su cara,. Después de contarme algunos percances en su llegada al aeropuerto ella cambió el semblante y me dijo que había encontrado el amor de su vida. Yo no pude controlar mis impulsos y la tomé de su brazo y la arrojé desde el octavo piso.

De repente desperté empapado en sudor. Sonó el citófono del Motel.

- Amor nos tenemos que ir, se nos acabó el tiempo -.

No hay comentarios.: