12 diciembre, 2014

SÍGANME LAS SEÑAS.




Los brazos extendidos  enseñan las manos con las palmas  hacia arriba que ascienden  de  manera parsimoniosa. Tumbadoras, congas  y alegres aumentan el volumen in crescendo. Si el director realiza el movimiento de manera inversa, girando las palmas, genera el efecto contrario. Por instantes  se escuchan aires de Jazz, Zamba o Currulao. Toda interpretación nace y muere en ese mismo momento.
Una señora de avanzada edad, sentada  a mi lado, mueve sus hombros al son de un tambor, hace unos minutos casi no podía  ni caminar.  Otras dos chicas, desde sus sillas, intentan crear una coreografía jugando con la soltura de sus brazos. 
El director,  se voltea y nos ofrece señas a los espectadores,  nosotros aplaudimos, aullamos y guardamos silencio.
La Sonora por Señas es el nombre de esta agrupación de catorce hombres, que sin ser sordomudos, se comunican con un lenguaje que el director muestra con sus manos, denominado percusión con señas y que además trabaja mediante la improvisación. Es decir que ni los músicos saben  que ocurrirá en ese show, Escucharlos en vivo es experimentar un alto grado de espontaneidad. 
Y aunque  parafrasee a la agrupación puertorriqueña, La Sonora Ponceña, su identidad  se aleja de  cualquier cliché.


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Un veintiún de agosto de este año me encontré en los pasillos del auditorio Xepia de la Universidad Autónoma con un hombre delgado, de cabello largo y  nariz aguileña. Un Fito Páez valluno. Se trata de Rodrigo Matta el director de La Percumotora, una banda que nació en Cali en el 2012 y que implementó un lenguaje en el que se maneja un código netamente corporal. La idea nace a raíz de una beca que se ganó Mattta para estudiar música  en Argentina. Allá tuvo la oportunidad de ver la banda  La Bomba del Tiempo, agrupación musical que fusiona el folklor  de Buenos Aires con la percusión brasilera, uruguaya y africana. Fueron tres años de estudio en la escuela  CERPS (Centro de estudio de percusión con señas) y fue en ese tiempo en el que aprendió las herramientas de la  improvisación. Mira su reloj de pulso  y me  dice que dentro de poco va a iniciar el espectáculo, no sin antes añadir que él fue el que trajo ese lenguaje musical al país. Me despido y minutos previos le pregunto por La Sonora por Señas. Su rostro cambia, esboza un gesto de molestia, confiesa que ese grupo se originó por una diferencia entre sus directores y culmina con una frase, que para mí sonó diplomática: “Sé que existen más o menos desde abril y que están trabajando también”.

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Con el dedo índice  se señala a cada músico  que responderá la siguiente seña. De esta forma se puede  seleccionar a un músico específico o a un  grupo que no esté  compuesto por ellos,  el público o  también llamados cómplices, para que atiendan a las diferentes señas.  Es importante mirar a cada músico para confirmar que él  ha visto la indicación.
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Fue una tarde de un quince de Julio  cuando arribé a La Fundación Hábitat, una casa de tres pisos ubicada en el barrio Santa Isabel en toda la  carrera 38, enfrente de La Universidad Libre. En ese lugar trabaja, como promotor cultural, David Molina, el director de La Sonora por Señas.  Ahí  también  es el ensayadero de la banda, Molina me habló de Matta. Siento en el tono de su voz un dejo de rencor, de herida, de dolor. Inicia narrando que él se echó a La Percumotora al hombro, y que hasta había logrado cierto liderazgo con  los músicos. Así que un día Rodrigo, de manera arbitraria,  le comunica que él no continúa.  Ese acontecimiento sembró, en el que  sería el futuro director de  La Sonora,  una obsesión: Estudiar durante horas, leyendo libros acerca del lenguaje de señas, practicar y practicar. Lo que fue una relación  maestro – púpilo se transformó en una dura competencia por demostrar quién es el mejor. 
Otro de los detonantes surgió a raíz de un toque a Medellín, en el que incluía viáticos y el pago de dos millones de pesos a cada músico. Rodrigo no aceptó la  propuesta. Eso motivó a David, en una reunión de La Percumotora, a levantar la mano  y decir quien se iba con él. Se llevó a la mitad del grupo. El toque al fin nunca se dio.
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En La Sonora por Señas no hay mujeres. O  por lo menos no en la  tarima. La única presencia femenina se descubre en el área administrativa. Mientras que en La Percumotora está  en la percusión Valentina Arenas. Ella manifiesta que la experiencia en el grupo ha sido gratificante. El aprendizaje es continuo porque siempre se está estudiando, además disfruta mucho las bromas de sus compañeros.
Por otra parte David Molina, director  de La Sonora por Señas, cuenta que en una ocasión una chica intentó ingresar a la banda pero le tocó irse para Bogotá. Agrega que una mujer sería rico, pero ya dos es complejo, porque entre ellas se odian. Remata citando una frase del director de cine Woody Allen: “A las mujeres no hay que entenderlas porque las  mujeres se quieren y se odian, yo prefiero quererlas”.
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Miguel Cabezas no es músico. Sin embargo hace parte del grupo que decidió desertar de La Percumotora. Confiesa que ingresó a La Sonora por la confianza que le inspira David.  Para  Cabezas, Molina ha sido como un padrino. Se conocen desde hace cinco años, época en que decidió practicar Capoeira, arte marcial brasilero de origen africano que combina baile, música y acrobacias,  en el que David fue su mentor. Ahora Miguel no solo hace parte de La Sonora  sino que trabaja para la  Fundación Hábitat. Es quien mantiene todo en orden: limpia, organiza el lugar, está pendiente del letrero de la puerta que da  a la calle, entre otros oficios. Sin embargo expresa que es de lo que menos sabe de música en La Sonora, por tal  razón solo se ha dedicado a tocar la campana, entre otros instrumentos, pero él sueña con estudiar para tocar percusión. Por tal razón  acoplarse fue difícil, porque hay conceptos que no entiende. Pero por fortuna sus compañeros lo han apoyado, le dan pautas, están pendientes de su proceso de aprendizaje  y eso le ha facilitado la adaptación. Rescata que cuando alguien no hace un corte bien, le hacen la  bulla, pero no con el objetivo de “echarle aceite”, expresión entre el  argot de los músicos que significa humillar al otro, sino que es un mecanismo para incentivar la exigencia de los artistas de la agrupación.
Miguel también ha aprendido  el arte del clown, de ser recreacionista y hasta tocar Zamba,  porque sabe que vivir de la música es difícil, por eso entiende que debe rebuscarse, se debe convertir en un todero.
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En la carrera cuarta con cuarenta y cinco, en el barrio Salomia, Bernardo Gutiérrez, más conocido en La Sonora como  “ Koko”, asoma por un balcón. Es un joven de apenas veintiséis años, pero su figura rolliza y su barba frondosa lo hacen ver mayor. Alterna su rol en La  Sonora con el de baterista en una banda de rock denominada Dr. Jekyll. De igual manera utiliza la terraza de su casa como ensayadero de bandas.  Cuando le pregunté por su experiencia en La Sonora me confesó que había llegado por audición y que al principio le dio susto porque por ese entonces estudiaba en el IPC, Instituto Popular de Cultura y los profesores le pedían que tocara en la marimba  un currulao y él  lo hacía, después le pedían música del Pacífico y a él  le sonaba igual, no sabía diferenciar un ritmo del  otro. Cuando recién ingresó a La Sonora se ensayaba dos veces a la semana y se estudiaban ritmos de África y a la sesión siguiente otro de Cuba.  Y todos los debía memorizar, situación que lo mortificó porque no traía ese bagaje. Sin embargo ahora siente que se ha vuelto más estudioso y eso le ha ayudado a acoplarse rápido y a conectarse con los demás miembros de  la agrupación.


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Eddy Colman, fue hasta hace unos meses programador de la emisora El Sol de la cadena radial RCN y jurado de Metrópolis, un proyecto que promovía grupos locales de salsa o hip hop. Para Colman un grupo debe tener una canción bandera para abrirse espacio en los medios de comunicación y así darse a su público. El paso siguiente es hacer buen mercadeo y uno de los aspectos que se debe tener en cuenta es la novedad de la propuesta musical. Sin embargo para David Molina el hecho de pegar en la radio no es su objetivo. Su argumento es que La Sonora por Señas no toca una canción como tal, sino que su  música nace de una creación, pero en lo que sí están orientados es  que su trabajo pueda  convertirse en un producto comercial: “como el disfrute de lo que hacemos ,la pasión que tenemos por el toque del tambor , lo bacano que es estar en la  escena , lo que  estoy viviendo de unos años para acá que es crear en el momento y tener ese vínculo con ese público asistente, esto lo queremos hacer lo más  comercial del mundo”.

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Eran las diez de la mañana, estoy sentado en una banca por el pasillo que está  adelante del Café y Café que colinda con La librería Nacional del Centro Comercial Chipichape, al norte de Cali. Allí arriba un hombre de uno ochenta  de estatura, lleva  puesta  una gorra gris que hace juego con su camiseta. Es Richard Yori, un melómano y el actual asesor musical de Delirio. Él con acento arrastrado me comenta la importancia  de la aparición de estos grupos con propuestas novedosas.  Apela que no importa que sea rock, blues o jazz, lo relevante es la exploración porque eso nutre  a cada músico y en lo que respecta a la promoción argumenta: es probable que veinte o veinticinco años antes era imposible hasta para ellos pensar en grabar pues porque antes las condiciones para grabar eran otras y había que  alquilar un estudio y tener buenos micrófonos,  tener a un ingeniero y además de todo hacer una buena mezcla, ahí  está el éxito de una buena mezcla y sacarlo y sentarse a esperar, era muy difícil los costos eran altísimos. Ahora cualquiera de nosotros estamos en la  posibilidad de hacer una grabación, sea digital de audio o de  vídeo, hay concursos para hacer películas con su cámara. Lo mismo es en la música  ahora es mucho más fácil porque hay los medios de  dispersar esa información  y de hacer una muestra, grabarlo y subirlo al ciberespacio”. De igual manera opina que quien plantó la semilla para que la proyección a nivel internacional de estas propuestas  fue Hugo Candelario que tuvo la fortuna de viajar por todo el mundo a llevar el currulao y la música del pacífico. Hoy existe  un formato denominado World Music, que consiste  en una mezcla de varios géneros de la música para venderlos mejor en los festivales. 

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Son las siete de la noche de un viernes once de julio en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero. Los músicos lucen camisa blanca de lino y pantalón dril caqui.  Los abriga una luz cenital:
TAKAPATA PUM… PITIKA… TAN TAN… PRARRRRRRA… BUMMMM… SHISHISHISHA… PUM PA TA CUM… PUKATA PLUM… TRA PRARRATA PLAN … 

La señora de avanzada edad que se le dificultó sentarse a mi lado ahora aplaude, grita, mueve sus hombros. Las chicas se contienen de ponerse de pie y bailar. Me percato que el director  de nuevo gira,  nos mira, y nos enseña una nueva seña. Me uno a la complicidad. Uno  de los músicos lanza un estribillo: “ La Sonora en la casa … ¡ Ay cómo va!”…  De nuevo repite la primera frase, nos indica que respondamos y cantamos al unísono: ¡ Ay cómo va! …  Al terminar el show salgo extasiado y es ahí cuando tomo la firme decisión de contar esta historia. 

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