16 noviembre, 2009

“Matado” con The Killers



Texto extractado de www.6columnas.com

Acepto que no me considero un fan de esta agrupación estadounidense, pero al verlos tocar en vivo uno queda con ganas de más. Eran las cuatro de la tarde cuando comencé todo un periplo para llegar al concierto tan anhelado. Sí, ya sé que dije que no era un fan, pero igual tenía mucha expectativa. La presentación se realizó en el parque “Jaime Duque”, como a unos veinte minutos a las afueras de Bogotá. Para llegar allá tuve que tomar un Transmilenio hasta el último portal al norte de la ciudad y de allí tomar un bus que me llevara hasta Tocancipá, lugar donde se daría el show.

The Killers es una banda que tiene mucha acogida en esta ciudad. Por lo menos así lo comprueba la numerosa asistencia, no sólo de gente de la capital sino de personas que viajaron desde otras ciudades para ver a su grupo favorito.

Mi arribo al lugar de la cita fue a eso de las siete de la noche. El ser periodista tiene sus ventajas: tenía boleta con acceso a Platino. Pero lo que debió ser un privilegio se transformó en una apoteósica odisea. Como primera medida y debido a los anillos de seguridad que había, tuve que despojarme de mi paraguas y, por si fuera poco, de mi correa, y pagar cuatro mil pesos (unos dos dólares) para que me las guardaran y al final del evento reclamarlas, para ello a cada uno de mis implementos le pegaban una cinta de papel con mi nombre que era escrito por un niño con una letra ilegible.

La apertura estuvo a cargo de un discjockey y fue hasta las diez de la noche. Muchos de los asistentes se sintieron agotados y me incluyo, así que comenzaron a pedir que se retirara, porque todos estábamos ansiosos por escuchar acordes de guitarra y golpes de percusión en vivo. A las diez de la noche apareció el grupo que hacía las veces de telonero; una banda completamente desconocida para todos, su nombre, “Árbol de ojos”, grupo con influencias del rock británico, punk, swing y rockabilly. Ellos tocaron alrededor de cinco canciones, culminando su presentación a eso de las diez y media. Y al parecer ellos fueron el conejillo de indias, porque tuvieron un par de errores en el sonido, y aunque no tocaban mal, las ansias estaban puestas en el plato fuerte.

De ahí en adelante hubo una especie de receso. ¿Recuerdan que les hablé de mi odisea? Pues si han estado en un concierto de estas killers principal 1magnitudes deben saber que a quienes la vida no nos dotó de mucha estatura, este tipo de eventos se convierte en una lucha de sobrevivencia en donde el que gana es el más fuerte. Lo que ocurrió es que quienes se ubicaron delante de mí medían más de 1.80 metros. Por instantes sentí que el aire se me iba, pero afortunadamente pude recuperarme con premura. A las once de la noche hizo su arribo a la tarima The Killers. Canciones como “Some body to me”, “Read my Mind”, “Spaceman”, “Human”, “Mr. Brighside”, y “When you were Young”, hicieron que los asistentes saltaran y cantaran a todo pulmón. Yo apenas las había escuchado y también había visto algunos vídeos por youtube, así que no me sabía las letras, pero la verdad no hacía falta, porque el sonido estuvo impecable. El juego de luces sincronizado con la batería, la energía de Brandon Flowers en tarima y su magistral técnica vocal, generaron en mí un ímpetu por seguir a esta banda y ante todo admirarla. Sólo fue sentir esa potencia en el escenario para que el dolor en las piernas por permanecer tantas de horas de pie desapareciera como por arte de magia. Además, la pirotecnia y la explosión de papelillos para quienes nos encontrábamos cerca a la agrupación fueron un valor agregado que le otorgó al espectáculo un aire de sorpresa.

En esta versión de Gulliver en la tierra de gigantes que fue este concierto, tampoco no faltó el borracho que quiso meterse por entre el tumulto de gente sólo para provocar. Tuve que presenciar como dos jóvenes retaban a este desparpajado que tuvo que huir ante el acoso de unos gemelos que por su contextura parecían guardias de seguridad. Posteriormente fui absorbido por los brazos de una rubia que, o me estaba utilizando como soporte para no caerse de su borrachera, o me confundió con su acompañante que compartía mis 1.65 metros. Y, como para rematar, una joven que iba con su marido se puso delante de mí y en un descuido de su esposo, que no era ningún pequeñín, se desplomó sobre mi pecho. Por un momento pensé que me estaba confundiendo con su pareja y lo único que hice fue mirar al hombre que estaba a mi lado como diciéndole: “no es lo que está pensando”. Pero en cuestión de minutos nos dimos cuenta que había perdido el sentido.

Culminó el concierto. Tenía entre mi bolsillo de la chaqueta – porque hacía un frío de los mil demonios – una boleta para continuar con una fiesta electrónica hasta las cinco de la madrugada. La verdad, ya no soy un muchacho. A mis treinta y seis años el cuerpo se agota con facilidad. Estaba exhausto. No resistía un minuto más de pie. Así que me acomodé en el primer rincón donde me pudiera sentar. Ahí, mientras preparaba mi estrategia de regreso a Bogotá pensaba en todos los sacrificios que debe hacer un fan por ver a sus artistas. Exponerse a que te roben a la salida del espectáculo, estar dispuesto a que te pisen, te golpeen, a gastar un dineral en boletas, transportes y demás.

Ahora que lo pienso, prefiero desistir de la idea de convertirme en fan y continuar mi vida sin idolatrías y tranquilo en el sofá de mi casa viendo los conciertos por televisión.

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