17 octubre, 2009

Sí hay cupo...


Este post es para recomendar  este portal chileno dedicado  al  arte  y las letras conocido como 6 columnas.com.  Aquí les regalo mi primer  artículo publicado allí.



Vivir en una pensión  o en un cupo estudiantil, como le llaman  ahora,  es  una odisea. A raíz  de   mi interés  por estudiar  una maestría en la Universidad Nacional en Bogotá, dejé las comodidades  de  la casa en Cali para hospedarme en una  habitación  pequeña, que consta de  un escritorio, una cama y un nochero. Dentro del  paquete le ofrecen a uno la  comida, televisión por cable, baños compartidos  con agua caliente, línea telefónica  y conexión a  Internet y todo este kit  parece  realmente  un regalo por la  módica  suma  de  cuatrocientos  cincuenta mil pesos colombianos (unos ciento veinticinco mil pesos chilenos).
Las  primeras  semanas  sirven para acostumbrarse, entonces,  cada  vez que  sales  a la  hora del  desayuno, te encuentras  con un plato que contiene  huevos  revueltos, una arepa (tortilla a base de maíz para los que no me entiendan),  o un pedazo de  pan, una  taza de chocolate  o de café con leche, un vaso de  jugo natural o en su  defecto un pequeño  recipiente con gelatina. Como  ya les dije,  al principio  todo  es novedoso  pero ya llevo  cuatro meses y es huevo todas las mañanas, hasta  los fines  de semana, ya pienso que me estoy “ahuevando”.
En la tarde, a  la  hora del almuerzo, la  situación mejora  un poco. Al menos el menú  cambia: en él se incluye sopa, en el acompañamiento uno se puede  encontrar con fríjoles, un pedazo de  carne, papa salada y arroz. Lo cruel es que  si no te gustó lo del almuerzo, pues  mal, porque  lo mismo se sirve en la  cena. Como quien dice, acá si se aplica el famoso refrán: “al que no le gusta  el  caldo se le dan dos tazas.”
El internet es un desastroso caso aparte: no funciona, se cae a cada rato. La otra vez  estuve  sin el servicio  por  quince días y lo más tenaz es que tuve que pagar el mes siguiente como si nada.
Y luego está el agua en la ducha. En una  ocasión casi  no alcanzo  a  bañarme porque se fue  precisamente cuando  me estaba enjabonando. Y para rematar, en una fría mañana capitalina me tuve que duchar con agua helada.
Cuando pensé que ya  estaba rebasada  la copa, una  noche después de  llegar del trabajo me encuentro al dueño de la pensión dentro  del cuarto desarmando la cama para  cambiarla por otra, por el simple  hecho que le  faltaban  algunas  tablas.
Muchos  se preguntarán qué hago en un lugar como éste si todo es  una mierda. Pues la verdad lo que  me tiene  contento es el calor humano que se siente acá. Los demás  inquilinos son muy respetuosos, muy  cordiales y, ante  todo, hospitalarios. Al menos hasta ahora no me he encontrado con un tipo tuerto, con cuchilla y con una cicatriz en la cara que me diga: “¡hermano bájese de ese  portátil!”
Por lo menos tengo que agradecer algo: vivir en una pensión te  da mucho tema para escribir.

No hay comentarios.: