Soy Marucho, sí. Sé que no es un nombre convencional, pero así aparezco en la partida de bautismo. Tengo cuarenta años y vivo con mi mujer y mi hijo. Trabajo como escritor de biografías por encargo. Esa idea se me ocurrió al leer la novela "Memorias de una Dama" del escritor peruano Santiago Roncagliolo. En una ocasión la mejor amiga de mi esposa me comentó que quería contar su vida y al enterarse de mis pretensiones de escritor, me propuso que narrara su historia . Por aquel entonces mi mujer y yo apenas llevábamos dos meses de noviazgo y mi situación económica era precaria. Mis ingresos se limitaban a un salario de profesor en un instituto de educación superior del gobierno. Confieso que al principio la idea de la biografía no me sedujo, pero al escuchar el monto de los honorarios me motivé al instante.
Iniciamos con entrevistarnos por tramos de dos horas. Yo le hacía la primera pregunta y ella se encargaba del resto. Me dediqué a registrar sus relatos en una grabadora de audio digital, de esa que usan los reporteros radiales, lo interesante era ver sus picos de comportamiento. Por un instante se ofuscaba al narrar la relación con su pareja y en cuestión de segundos no paraba de llorar al recordar la muerte de su hermano menor.
Lo difícil fue compactar toda esa información para convertirla en un relato sólido que le interesara a los lectores. Fueron meses de intenso trabajo, de conciliar con la cliente para no incluir elementos que ella desaprobara, en sí me había convertido en un mercenario de la palabra.
A mi mujer la conocí de manera particular. Ella trabajaba en la sección administrativa de un hospital, cerca al instituto. Todas las tardes nos encontrábamos en la misma estación de transporte articulado a esperar la misma ruta que nos llevara hacia el norte. Recuerdo que siempre la veía ensimismada con los auriculares de su Blackberry. Ella ni me determinaba, pero cabe aclarar que a mí me encantó desde el primer momento en que la vi. Lo mío fue amor a primera vista. Sin embargo mi timidez me impedía abordarla. Así que el tiempo restante me dediqué a buscar la estrategia para que ella, la mujer de mis sueños, se enterara de mi existencia.
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