A mí me gusta escribir en las mañanas. Es la hora en que los pequeños
están en el cole. Para ello me levanto muy temprano para subir loma y
alcanzar uno de los cerros más representativos de la ciudad.
Este ejercicio lo relaciono con mi actividad como narrador. Ya lo decía
Thomas Alba Edison: “ El genio es uno por ciento de inspiración y noventa y
nueve por cierto de transpiración”. Cada paso es una idea que circunda en mi mente y que escala lentamente hasta
convertirse en un párrafo o en ocasiones en una simple oración. Claro hay días
en que tengo los ánimos para alcanzar la cima, como en otros simplemente
me limito a darle
vueltas a un parque durante
algunos minutos. Pero el trabajo de sentarme en la silla para sacar al
menos una cuartilla, es una rutina diaria.
Después llego al apartamento a darme un baño y me siento a leer
durante media hora una biografía
de algún personaje importante,
por el momento estoy trabajando la de
Samuel Becket. Posteriormente
tomo un desayuno frugal que consta
de fruta y pan , hasta que me siento a escribir hasta la hora del
almuerzo. Sé que contabilizo cada
momento porque a las tres de
la tarde llegan los pequeños. Así que
al recibirlos detengo mi trabajo y
me dedico a ellos. La
muchacha que nos trabaja se
encarga del oficio y de la cocina. Apenas llegan los diablillos, la
despacho. Después que ellos terminan de comer me acuesto con ellos en la cama de mi habitación para hacer la
siesta. Al cabo de una hora me siento
con ellos a hacer las tareas y cuando llega su madre ellos ya están listos para
dormir.
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