Los brazos extendidos enseñan las manos con las palmas hacia arriba que ascienden de
manera parsimoniosa. Tumbadoras, congas
y alegres aumentan el volumen in
crescendo. Si el director realiza el movimiento de manera inversa, girando
las palmas, genera el efecto contrario. Por instantes se escuchan aires de Jazz, Zamba o Currulao.
Toda interpretación nace y muere en ese mismo momento.
Una señora de avanzada edad,
sentada a mi lado, mueve sus hombros al
son de un tambor, hace unos minutos casi no podía ni caminar.
Otras dos chicas, desde sus sillas, intentan crear una coreografía
jugando con la soltura de sus brazos.
El director, se voltea y nos ofrece señas a los espectadores, nosotros aplaudimos, aullamos y guardamos
silencio.
La Sonora por Señas es el
nombre de esta agrupación de catorce hombres, que sin ser sordomudos, se
comunican con un lenguaje que el director muestra con sus manos, denominado
percusión con señas y que además trabaja mediante la improvisación. Es decir
que ni los músicos saben que ocurrirá en
ese show, Escucharlos en vivo es experimentar un alto grado de
espontaneidad.
Y aunque parafrasee a la agrupación puertorriqueña, La
Sonora Ponceña, su identidad se aleja
de cualquier cliché.
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Un veintiún de agosto de
este año me encontré en los pasillos del auditorio Xepia de la Universidad
Autónoma con un hombre delgado, de cabello largo y nariz aguileña. Un Fito Páez valluno. Se
trata de Rodrigo Matta el director de La Percumotora, una banda que nació en
Cali en el 2012 y que implementó un lenguaje en el que se maneja un código
netamente corporal. La idea nace a raíz de una beca que se ganó Mattta para
estudiar música en Argentina. Allá tuvo
la oportunidad de ver la banda La Bomba
del Tiempo, agrupación musical que fusiona el folklor de Buenos Aires con la percusión brasilera,
uruguaya y africana. Fueron tres años de estudio en la escuela CERPS (Centro de estudio de percusión con
señas) y fue en ese tiempo en el que aprendió las herramientas de la improvisación. Mira su reloj de pulso y me
dice que dentro de poco va a iniciar el espectáculo, no sin antes añadir
que él fue el que trajo ese lenguaje musical al país. Me despido y minutos previos
le pregunto por La Sonora por Señas. Su rostro cambia, esboza un gesto de
molestia, confiesa que ese grupo se originó por una diferencia entre sus
directores y culmina con una frase, que para mí sonó diplomática: “Sé que existen más o menos desde abril y que
están trabajando también”.
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Con el dedo índice se señala a cada músico que responderá la siguiente seña. De esta
forma se puede seleccionar a un músico
específico o a un grupo que no esté compuesto por ellos, el público o
también llamados cómplices, para que atiendan a las diferentes
señas. Es importante mirar a cada músico
para confirmar que él ha visto la
indicación.
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Fue una tarde de un quince
de Julio cuando arribé a La Fundación
Hábitat, una casa de tres pisos ubicada en el barrio Santa Isabel en toda
la carrera 38, enfrente de La
Universidad Libre. En ese lugar trabaja, como promotor cultural, David Molina, el
director de La Sonora por Señas.
Ahí también es el ensayadero de la banda, Molina me habló
de Matta. Siento en el tono de su voz un dejo de rencor, de herida, de dolor.
Inicia narrando que él se echó a La Percumotora al hombro, y que hasta había
logrado cierto liderazgo con los
músicos. Así que un día Rodrigo, de manera arbitraria, le comunica que él no continúa. Ese acontecimiento sembró, en el que sería el futuro director de La Sonora,
una obsesión: Estudiar durante horas, leyendo libros acerca del lenguaje
de señas, practicar y practicar. Lo que fue una relación maestro – púpilo se transformó en una dura
competencia por demostrar quién es el mejor.
Otro de los detonantes
surgió a raíz de un toque a Medellín, en el que incluía viáticos y el pago de
dos millones de pesos a cada músico. Rodrigo no aceptó la propuesta. Eso motivó a David, en una reunión
de La Percumotora, a levantar la mano y
decir quien se iba con él. Se llevó a la mitad del grupo. El toque al fin nunca
se dio.
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En La Sonora por Señas no
hay mujeres. O por lo menos no en
la tarima. La única presencia femenina
se descubre en el área administrativa. Mientras que en La Percumotora está en la percusión Valentina Arenas. Ella
manifiesta que la experiencia en el grupo ha sido gratificante. El aprendizaje
es continuo porque siempre se está estudiando, además disfruta mucho las bromas
de sus compañeros.
Por otra parte David Molina,
director de La Sonora por Señas, cuenta
que en una ocasión una chica intentó ingresar a la banda pero le tocó irse para
Bogotá. Agrega que una mujer sería rico, pero ya dos es complejo, porque entre
ellas se odian. Remata citando una frase del director de cine Woody Allen: “A
las mujeres no hay que entenderlas porque las
mujeres se quieren y se odian, yo prefiero quererlas”.
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Miguel Cabezas no es músico.
Sin embargo hace parte del grupo que decidió desertar de La Percumotora.
Confiesa que ingresó a La Sonora por la confianza que le inspira David. Para
Cabezas, Molina ha sido como un padrino. Se conocen desde hace cinco
años, época en que decidió practicar Capoeira, arte marcial brasilero de origen
africano que combina baile, música y acrobacias, en el que David fue su mentor. Ahora Miguel
no solo hace parte de La Sonora sino que
trabaja para la Fundación Hábitat. Es
quien mantiene todo en orden: limpia, organiza el lugar, está pendiente del
letrero de la puerta que da a la calle,
entre otros oficios. Sin embargo expresa que es de lo que menos sabe de música
en La Sonora, por tal razón solo se ha
dedicado a tocar la campana, entre otros instrumentos, pero él sueña con
estudiar para tocar percusión. Por tal razón
acoplarse fue difícil, porque hay conceptos que no entiende. Pero por
fortuna sus compañeros lo han apoyado, le dan pautas, están pendientes de su
proceso de aprendizaje y eso le ha
facilitado la adaptación. Rescata que cuando alguien no hace un corte bien, le
hacen la bulla, pero no con el objetivo
de “echarle aceite”, expresión entre el
argot de los músicos que significa humillar al otro, sino que es un
mecanismo para incentivar la exigencia de los artistas de la agrupación.
Miguel también ha
aprendido el arte del clown, de ser
recreacionista y hasta tocar Zamba,
porque sabe que vivir de la música es difícil, por eso entiende que debe
rebuscarse, se debe convertir en un todero.
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En la carrera cuarta con
cuarenta y cinco, en el barrio Salomia, Bernardo Gutiérrez, más conocido en La
Sonora como “ Koko”, asoma por un
balcón. Es un joven de apenas veintiséis años, pero su figura rolliza y su barba
frondosa lo hacen ver mayor. Alterna su rol en La Sonora con el de baterista en una banda de
rock denominada Dr. Jekyll. De igual manera utiliza la terraza de su casa como
ensayadero de bandas. Cuando le pregunté
por su experiencia en La Sonora me confesó que había llegado por audición y que
al principio le dio susto porque por ese entonces estudiaba en el IPC,
Instituto Popular de Cultura y los profesores le pedían que tocara en la
marimba un currulao y él lo hacía, después le pedían música del
Pacífico y a él le sonaba igual, no
sabía diferenciar un ritmo del otro.
Cuando recién ingresó a La Sonora se ensayaba dos veces a la semana y se
estudiaban ritmos de África y a la sesión siguiente otro de Cuba. Y todos los debía memorizar, situación que lo
mortificó porque no traía ese bagaje. Sin embargo ahora siente que se ha vuelto
más estudioso y eso le ha ayudado a acoplarse rápido y a conectarse con los
demás miembros de la agrupación.
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Eddy Colman, fue hasta hace
unos meses programador de la emisora El Sol de la cadena radial RCN y jurado de
Metrópolis, un proyecto que promovía grupos locales de salsa o hip hop. Para
Colman un grupo debe tener una canción bandera para abrirse espacio en los
medios de comunicación y así darse a su público. El paso siguiente es hacer
buen mercadeo y uno de los aspectos que se debe tener en cuenta es la novedad
de la propuesta musical. Sin embargo para David Molina el hecho de pegar en la
radio no es su objetivo. Su argumento es que La Sonora por Señas no toca una
canción como tal, sino que su música
nace de una creación, pero en lo que sí están orientados es que su trabajo pueda convertirse en un producto comercial: “como el disfrute de lo que hacemos ,la
pasión que tenemos por el toque del tambor , lo bacano que es estar en la escena , lo que estoy viviendo de unos años para acá que es
crear en el momento y tener ese vínculo con ese público asistente, esto lo
queremos hacer lo más comercial del
mundo”.
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Eran las diez de la mañana,
estoy sentado en una banca por el pasillo que está adelante del Café y Café que colinda con La
librería Nacional del Centro Comercial Chipichape, al norte de Cali. Allí arriba
un hombre de uno ochenta de estatura,
lleva puesta una gorra gris que hace juego con su
camiseta. Es Richard Yori, un melómano y el actual asesor musical de Delirio. Él
con acento arrastrado me comenta la importancia
de la aparición de estos grupos con propuestas novedosas. Apela que no importa que sea rock, blues o
jazz, lo relevante es la exploración porque eso nutre a cada músico y en lo que respecta a la
promoción argumenta: es probable que
veinte o veinticinco años antes era imposible hasta para ellos pensar en grabar
pues porque antes las condiciones para grabar eran otras y había que alquilar un estudio y tener buenos micrófonos, tener a un ingeniero y además de todo hacer
una buena mezcla, ahí está el éxito de
una buena mezcla y sacarlo y sentarse a esperar, era muy difícil los costos
eran altísimos. Ahora cualquiera de nosotros estamos en la posibilidad de hacer una grabación, sea
digital de audio o de vídeo, hay
concursos para hacer películas con su cámara. Lo mismo es en la música ahora es mucho más fácil porque hay los
medios de dispersar esa información y de hacer una muestra, grabarlo y subirlo al
ciberespacio”. De igual manera opina que quien plantó la semilla para que
la proyección a nivel internacional de estas propuestas fue Hugo Candelario que tuvo la fortuna de
viajar por todo el mundo a llevar el currulao y la música del pacífico. Hoy
existe un formato denominado World
Music, que consiste en una mezcla de
varios géneros de la música para venderlos mejor en los festivales.
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Son las siete de la noche de
un viernes once de julio en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero.
Los músicos lucen camisa blanca de lino y pantalón dril caqui. Los abriga una luz cenital:
TAKAPATA PUM… PITIKA… TAN
TAN… PRARRRRRRA… BUMMMM… SHISHISHISHA… PUM PA TA CUM… PUKATA PLUM… TRA PRARRATA
PLAN …
La señora de avanzada edad
que se le dificultó sentarse a mi lado ahora aplaude, grita, mueve sus hombros.
Las chicas se contienen de ponerse de pie y bailar. Me percato que el
director de nuevo gira, nos mira, y nos enseña una nueva seña. Me uno
a la complicidad. Uno de los músicos
lanza un estribillo: “ La Sonora en la
casa … ¡ Ay cómo va!”… De nuevo
repite la primera frase, nos indica que respondamos y cantamos al unísono: ¡ Ay cómo va! … Al terminar el show salgo extasiado y es ahí
cuando tomo la firme decisión de contar esta historia.