Para mí uno de los oficios más apasionantes ha sido ejercer el
periodismo y en particular la reportería. Disfruto encontrarme frente a frente
con cada una de las fuentes de información para que me cuente una historia. Anhelo extractar de esa charla
un material rico de información que me interese no sólo a mí, sino a otros. Por
tal razón sentí que el proceso lo inicié con pie derecho. Si mal no recuerdo
uno de mis primeros entrevistados fue
Enrique Santos Molano. Fue una
mañana de sábado en que me dirigí a su apartamento, muy cercano al Museo
Nacional. Quien me abrió la puerta del edificio fue su hijo, un joven que al
parecer se acercaba a los veinte años y que iba vestido de manera casual :
jeans, camiseta y zapatillas. Cruzó
un par de palabras conmigo, pero al
parecer no estaba interesado en entablar
conversación. Sólo atinó a responderme que llevaba viviendo allí toda su
vida. En el apartamento la esposa de Santos se disculpó por no poderme atender
porque estaba encargada de unos arreglos en el inmueble. Esperé unos minutos en
una sala amplia, rodeada de libros y algunas fotografías en sepia. No puedo
negar que mis prejuicios me engañaron al creer que me iba a encontrar con un
lugar suntuoso, pero lo que descubrí fue un recinto sobrio. Enrique, el
investigador, el periodista y columnista
apareció destellando una paz que impregnaba todo el lugar. Pero quién no se
despegó de él fue Simona, una french poodle que hacía las veces de ángel guardián. Conversamos cuarenta minutos
de aspectos relacionados con el tema Cuervo. Luego él de manera cordial me acompañó
hasta la salida del edificio.
Otro de los personajes que
me encantó entrevistar fue a Otto Morales Benítez. Él fue el reemplazo de
Fernando Vallejo, debido a que el polémico escritor jamás respondió a nuestra
propuesta de incluirlo dentro de los especialistas del programa. Nos atendió a
Víctor y a mí en su oficina ubicada en la torre Colpatria, en el centro de la
ciudad. Lo que más me causó simpatía fue la calurosa bienvenida, acompañada de
sus estruendosas carcajadas que retumbaban por todo el despacho. Me sorprendió
ver a un hombre de casi 91 años, tan
lúcido y enérgico, con una obra tan prolífica que cualquier ensayista
envidiaría. A él sólo bastó dispararle una pregunta y sus palabras se
desbordaron como la sangre. Nos dejó perplejos su memoria fotográfica y a mí en particular su manera de leer, desprovista
de anteojos. Pensaba lo que me hubiera gustado tener un abuelo así , que me
hablara de la cultura colombiana con tal desparpajo, alejado de academicismos y
pedantería. Si Juan Rulfo respondía, según
Enrique Vila- Matas en su libro
BATERBLY Y COMPAÑÍA que no escribía más porque había muerto su tío Celerino,
que era el que le contaba las historias, por qué yo podía tener mi propio tío
Celerino, con la fortuna, que a pesar de su edad, éste estaba vivo y entero como un roble.
Cada vez que me encontraba
con uno de los especialistas mis datos
acerca de Rufino José Cuervo se iban complementando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario