Me levanto temprano. Sé que debo cumplir con la rutina de la lectura matutina, que no sólo alimenta mi mente, sino también mi espíritu. Abro la página que dejé señalada desde el fin de semana. En cuestión de minutos me dejo llevar por la historia de una modelo que se suicidó en Medellín en la época en que Pablo Escobar dejó huella en una urbe aterrorizada por bombas y asesinatos a mansalva. Su autor es con quien en algunas horas me reuniré para realizar una tutoría de mi ópera prima. No dudo que siento cierta expectativa por lo que me va a corregir. Por cada segundo que pasa, siento una palpitación que me hace sentir como si mi corazón se me fuera a salir por la boca.
Tomo una pausa en la lectura para desayunar. Como casi siempre me encuentro con un pedazo de pan, huevo, bien sea frito o revuelto, una taza de café o chocolate y un vaso de jugo o una pequeña porción de gelatina. En algunas ocasiones comparto el comedor con otro integrante de la pensión. Esta vez afortunadamente fue John, un pastuso de unos veintitres años, alto y de contextura delgada, a quien le interesa conversar sobre uno de mis temas favoritos: el cine.
Al regresar a mi habitación le pido a mi pareja que me colabore con la entrega de la toalla y el shampoo. Al rato me acicalo y me siento frente al computador para mirar mis correos. Decido buscar mi blog. Leo un poco. Ya se acerca la hora del encuentro. Enciendo el equipo en donde escucho el coro de la nueva canción de Dr Krápula: Eres solecito de mañana / se coló por mi ventana / calentó toda mi alma/ y alumbró mi corazón/...
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